Hace poco me regalaron un catálogo que recoge la obra de la artista
norteamericana Elizabeth Murray. Recuerdo que quien lo hizo me remarcó el hecho de que era una de las pocas artistas a las que el MoMA le
había dedicado una restrospectiva. Elizabeth Murray, Cindy Sherman, Louise
Bourgoise o Marina Abramovic son de las pocas afortunadas a las que se les ha
reconocido su trayectoria en uno de los más importantes museos de arte
contemporáneo a nivel mundial.
Do the dance, E. Murray, 2005 |
Cuando te
comentan algo así lo primero que piensas es…”ostras pues sí que tiene que ser
buena” pero ¡qué pensamiento tan injusto para el resto de las mujeres!
¿Significa que sólo hay cuatro mujeres que hayan valido la pena en la historia
del arte reciente y que merezcan tal reconocimiento? La respuesta obviamente es
no, pero entonces, ¿por qué un museo como el MoMA sólo ha planteado estas
retrospectivas? Es triste ver como aún queda tanto por hacer, que no se ha
llegado a una igualdad después de más de cuarenta años de lucha feminista,
postfeminista, cuestiones de género, teorías queer, llamadlo como queráis… Supongo que es cuestión de tiempo,
pero no sólo eso, es cuestión también de no bajar la guardia. Aún nos quedan muchas retrospectivas de
artistas por disfrutar.
Formas
abstractas, orgánicas, colores vivos, todo muy meditado aunque parezca lo
contrario, así es la obra de Elizabeth Murray. Sus composiciones están muy
estudiadas, parecen hechas improvisadamente pero detrás hay mucho trabajo de
bocetos y estudios previos. Lo mismo que el que se tira una hora arreglándose y
peinándose para luego salir a la calle con cuatro greñas mal puestas que le
quedan estupendamente “arreglaó pero informal”. Su obra también tiene cierto
aire infantil y ha ido evolucionando de líneas más puras y geométricas durante
los años 70 a las composiciones vivas, perfectamente equilibradas, que parecen
estar en movimiento de los años 90 en adelante.
Dis Pair, E. Murray, 1989-90 |
El trabajo de
esta artista está lejos de la obra política y feminista que sus colegas
reivindicaban en los años 70. Se hizo un hueco con sus pinturas abstractas
llenas de formas y colores llamativos. Ella era artista no política así que,
sin dejar de lado la lucha y los pensamientos de igualdad para las mujeres,
ella luchaba por “crear algo visualmente hermoso y potente” (Elisabeth Murray).
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